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Aquellos tiempos pasados y los CUATRO molinos harineros

Publicado: 17/03/2016


 Recordando nuestra infancia, pasan por nuestra mente todo aquel pasado con imágenes tan vivas que –a parte de reales- parecen recientes. Imágenes y escenas de aquellas calles, siempre repletas de boñigos, gallinas sueltas, algún cerdo callejero recuperándose de su operación y algún carro en marcha o aparcado, que daban vida en aquellos tiempos a un pueblo en su incesante actividad.

 Pares y pares de machos uncidos bajo el yugo que iban a tirar del arado guiado por el sufrido labrador que lo regía al tiempo que estrujaba con sus abarcas los secos gasones despedidos por el rigor de la besana. O de aquellos otros que por la espereza del camino intrigado terciaban sobre al albarda de los mulos en reata el yugo y el arado para realizar la misma faena en el Palancar o en La Talayuela, en La Romera, o El Castellar,  Valdelacasa o El Puntal.

  Cerca o más lejos, por todas partes -y siempre en la “aña” sin cultivos-  los ganados pastaban por los barbechos de secanos custodiados por su pastor que  a veces ensayaba una melodía con su flauta de caña improvisada. 

Mujeres, que al alba bajaban su masa al horno envuelta en los  manteles y sobre el adornado escriño formado por las cañas de centeno y la pericia de los abundantes artesanos alcaleños.

Personas que se movían en todas direcciones, con el cesto, la espuerta, la azada al hombro camino del Charcazo, Las Viñas, El Salgal, El Calicanto, La Vega o La Cerrailla ….

 La vida era dura y difícil, el relieve, hostil y el esfuerzo por llenar las trojes, sobrehumano con la única ayuda de hoces, arados y azadas. Mucho madrugar, tremendas caminatas y continua brega para sobrevivir. Por lo visto, hubo guerra y hambre años atrás y no era cosa de dormirse en los laureles; así, hombres, mujeres y bestias regaban con su sudor cualquier palmo de tierra asequible, a menudo, arañando penosamente a la montaña, 


Poco más tarde, el tío Damián, el sacristán, al son del toque de campanas llamaba a misa, mientras una retahilá  de mujeres bajaban  a la Fuente de Abajo o se dirigían a Los Gustales o a Santa María con los cántaros de agua hasta que, de nuevo el sacristán avisaba que era mediodía y había de aviar la comida, que había fuego o que alguien había muerto.

En aquellos años no cesaba la actividad: Muy temprano, en la fragua, el tio Remigio, el herrero, empezaba su repique melodioso con el martillo sobre el yunque retorciendo el hierro, haciendo herraduras, rectificando rejas, dando temple a la azuela o al hacha del leñador o recomponiendo una llave rota.

El tio Moreno y más tarde la tia “Meregilda” avisando con su trompeta de latón, gritaban de esquina en esquina anunciando órdenes del alcalde, de la Junta de Aguas, del pago de Igualas o de quincallas en la plaza o en la “posá” del tio Emiliano.
Y el tio Agustín, el alcalde, enorme, solemne, ceremonial y pausadamente  -era una autoridad- recorría el pueblo, no sé si para reconocerlo  o que los demás le reconocieran el cargo o atisbar intrigas o enemigos. Más sereno, el tio Alberto, pequeño y enigmático, buscaba clientes  maltrechos por un “Asiento de estómago” que él “levantaba”  bajo su slogan como consejo  “ mira te voy a andar”… Y si era fiesta el Gálvez, muy jovial, montaba su ruleta. 


 Recorriendo con la mente todos los rincones del pueblo de entonces, apenas sin esfuerzo, las llenas de personajes, siempre queridos y siempre en la memoria, como pertenecientes perpetuamente a la familia. En cada puerta la figura de su dueño y en cada esquina el grupo y la noticia más actual. Y siempre, las abuelas vestidas de negro: su pañuelo negro sujeto a la cabeza, su brusa negra, su toquilla de lana negra sobre los hombros, sus sayas negras hasta los pies escondiendo su faldriquera donde de encontraba de todo y sus alpargatas y medias de lana, siempre  negras.

 Los pequeños íbamos a escuela con el taco de leña para la estufa si era invierno y siempre esperando el buen humor de don Julián, que si el humor era malo… el clarión se deshacía sobre la pizarra, los lápices se quedaban sin punta y doña margarita  empezaba a trabajar marcando sus besos con golpes sobre las palmas de nuestras manos hasta desprenderse –asustada-Los pequeños íbamos a escuela con el taco de leña para la estufa si era invierno y siempre esperando el buen humor de don Julián, que si el humor era malo… el clarión se deshacía sobre la pizarra, los lápices se quedaban sin punta y doña margarita  empezaba a trabajar marcando sus besos con golpes sobre las palmas de nuestras manos hasta desprenderse –asustada- la enciclopedia multiuso y única de la época. la enciclopedia multiuso y única de la época.

 Estos son los retazos de un pueblo, como muchos, cambiado totalmente por el devenir de los tiempos y una amalgama de gentes nuevas que, ajenas a aquella actividad de antaño, también lo consideran propio -si no por cuna, sí por sentimiento- convertido  como es en lugar de encuentro y de emoción, sobre todo en verano;  aunque ello suponga el mal humor de los más viejos, descontentos por no saber llamar por su nombre de cada cual e ignorar la identidad  de cada uno de los que transitan por las viejas  calles renovadas, y echar mano de un comportamiento y sentir de una honda sabiduría popular resumida en una sencilla y bien intencionada pregunta:

-       ¿Tú de quién eres…? 

-       Por  la pinta…… Tú eres de los ratas, los gatos, los gavilanes o los gallinas…

 



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Cuatro molinos harineros

Molino Medieval de Los Cerraos

  

 


Subasta del molino